martes, 17 de marzo de 2015

El circuito de la Sierra

Ubrique en la Revista del Ateneo de Jerez, 1932



Por Esperanza Cabello

De nuevo la Revista del Ateneo de Jerez nos da una alegría con un artículo publicado en 1932 por Rafael Fiol, colaborador habitual de esta revista.
 Ya habíamos reproducido uno de sus artículos, una descripción de Ubrique en 1926 (en este enlace), y hoy se trata de un recorrido por la sierra saliendo de Jerez y recorriendo algunos de los pueblos de la comarca. No nos ha gustado ver que habla de algunos de los pueblos con bastante desprecio, y que a otros se los salta directamente. Sin embargo a otros les dedica los más encomiables piropos. 
Reproducimos el artículo completo a continuación, hay algunas alteraciones ortográficas en el texto original que hemos mantenido en esta ttranscripción.







          JEREZ, CENTRO DE TURISMO
          EL CIRCUITO DE LA SIERRA

El viajero que se encuentre en Jerez de la Frontera, donde tanto hay que admirar desde el punto de vista arqueológico, artístico, industrial, agrícola y ganadero, puede hacer un alto en sus visitas a iglesias, bodegas, palacios y archivos, para procurar un descanso a su cerebro cansado, y para esto nada como hacer en un día el recorrido por el que llamo “Circuito de la Sierra”.
Trataré de trazar un programa fácilmente realizable, más en estos largos y luminosos días de nuestra Primavera andaluza, en que se puede viajar en auto, desde las primeras horas de la mañana hasta la noche.
Necesario es, para ello, un coche de buena marcha, potente motor para vencer las cuestas y conductor experto en esta ruta, ya que si en general es carretera fácil, hay lugares que exigen una mano práctica al volante; tales son de abruptos y accidentados.











Saldremos a las seis de la mañana por la carretera de Arcos, que atraviesa la Colonia Agrícola de Caulina, en su principio. En el kilómetro 10, se ve al pasar la Torre de Melgarejo, una de las señales de fogatas, que a modo de vigías y como avanzadas fortificadas, rodeaban al Xerez medieval.

Cortijos, tierras feracísimas y ricos olivares, a ambos lados de la carretera, hasta el kilómetro 20, en que empieza a hacerse pintoresco el camino y tras empinada cuesta asómase el viajero al balcón natural, desde el que se domina el valle del Guadalete, fértil meandro, que rodea la peña sobre al que se posa Arcos de la Frontera. Unos 45 minutos habremos invertido en estos 30 kilómetros, y esto nos permite tan de mañana, visitar a nuestro gusto la Parroquia de Santa María, de la última época ojival, cuyo interior tanto tiene que admirar y que en otro artículo señalaremos despacio. No se debe a esa hora, dejar de subir, a la alta terraza de la torre de esa iglesia, desde donde se divisa el más admirable panorama de la provincia. San Pedro, iglesia gótica, del siglo XVI, con cuadros de Ribera,  Zurbarán y Pacheco, es la Joya de la Ciudad. San Francisco, con un magnífico zócalo de azulejos del siglo XVII, que en perfecto estado de conservación rodea todo el interior de la iglesia. El Ayuntamiento, la Peña y en fin el castillo, que se muestra en la adjunta fotografía.










En marcha, a las 9 y media, después de desayunar en Arcos y por la carretera que pasa al pie de la gigantesca Peña, cruzaremos sobre las límpidas aguas que ahogaron a don Rodrigo en la batalla del Guadalete. (Conservemos la evocadora tradición, aún a costa de la verdad fría y escueta.) A unos 3 kilómetros del férreo puente, nos detendremos para volver atrás la vista y contemplar a Arcos por su lado oriental, y no nos arrepentiremos de la parada.

Ya vamos en dirección de el pueblecito El Bosque, (28 kilómetros) entre pintorescas dehesas y hermosos olivares, El Bosque se nos oculta a nuestro paso tapándose a la izquierda del viajero con espesa arboleda. No entraremos en el  pueblo, pues eso será objeto de otra excursión. Sigamos nuestro camino: huertos, dehesas, cuestas empinadas y pasemos sobre el río Majaceite para arremeter con furia con nuestro potente 20 H.P., contra la famosa cuesta de Tabizna, que se opone a nuestra llegada  Ubrique. La vencimos ya, y pasados los 16 kilómetros que separan El Bosque de la tierra de las petacas, nos encontramos con la agradable sorpresa de visitar por nuestra izquierda entre frondosas frutales, la blanca masa de casitas que se juntaron al fondo del valle, amparadas por la enorme masa del peñón que las domina y protege.









Como habremos llegado a las 10:45, podremos dedicar algún rato a visitar algunas de las curiosas manufacturas de petacas y carteras de piel, y que constituye la principal y acreditada industria de este próspero pueblo.

También son de gran interés las tenerías de pieles por procedimientos clásicos y las fábricas de paños de lana pura, de gran aceptación y que ya hoy compiten con los de otras regiones. Visitaremos la parroquia de la Asunción con un buen altar barroco de talla y la Iglesia de Nuestro Padre Jesús de talla barroca, de positivo mérito. Subiremos a la Ermita de San Antonio, situada en elevada roca, en el centro del pueblo, y desde donde contemplaremos el bellísimo panorama que desde allí se divisa, que nos compensará la dureza de la subida. Tras ligero descanso en alguno de los cafés que hay en la plaza principal, a las 12 y media emprenderemos la marcha de nuevo.

Debemos recorrer la parte más difícil y peligrosa del día; pasaremos ante Benaocaz, de elevada cota, con emplazamiento de sanatorio. Lo encontraremos a nuestra izquierda, a pocos kilómetros de Ubrique, con una espléndida vista a nuestra derecha sobre la frontera Sierra de Líbar. Seguiremos adelante, y también a nuestra izquierda encontraremos el pueblecito de Villaluenga del Rosario, con hermosa fuente al borde mismo de la carretera, donde podremos apagar la sed de nuestro coche, si lo necesita. En la amplia iglesia parroquial, barroca, de tres naves, hay unas preciosas pinturas en las puertas del tabernáculo del Sagrario antiguo.









¡Adelante! Y adentrándonos en la sierra del Endrinal, llegaremos al cruce de caminos en donde nace el de tres kilómetros, que nos conducirá a Grazalema, tras áspera y pedregosa subida.  (De Ubrique a Grazalema 20 kilómetros). Habremos llegado, pues, a la una próximamente, hora la más a propósito para reparar las gastadas fuerzas con un suculento yantar, que nos servirá con su peculiar amabilidad el pintoresco Antonio Molina, dueño del Hotel Dorado. De sobremesa nos entretendrá dicho servicial hostelero con su amena charla, y nos hablará de la antigua floreciente Grazalema; de los misterios de la Cueva de la Pileta, importante monumento nacional, con pinturas murales rupestres neolíticas, sita en la Sierra de Benaoján; de las ruinas de Ronda la Vieja, y otros rincones de la serranía de Grazalema. Todos son lugares familiares para el buen don Antonio, que con su arcaica charla nos distraerá un buen rato.

En Grazalema, pueblo con 5.000 habitantes, recorreremos sus callejas angostas e irregulares llenas de evocación musulmana; sus empinadas cuestas y enjalbegadas casas nos harán pensar en Xauen, la blanca; nos asomaremos al tajo, balcón natural desde donde gozaremos de la visión de la profunda barrancada por donde serpentea uno de los orígenes del Guadalete, y en fin, veremos el bonito paseo de la Alameda, con el sencillo y elegante ayuntamiento de limpio estilo serrano; la iglesia de la Aurora, desde donde pocos vecinos armados defendieron las casas contiguas contra el saqueo de los franceses durante la epopeya de la Independencia; la iglesia de la Encarnación, hermosa, de tres naves, con bello coro de nogal en el presbiterio; San José, notable por sus curiosos retablos y su Virgen del Carmen.
 





Son las cinco de la tarde. Por aquellas alturas no molesta el rigor de nuestro Padre Helios, y por tanto, tomaremos puesto, de nuevo, en las entrañas de nuestro “monstruo de acero”, que cauto y fiado en el poder de sus frenos, descenderá de Grazalema hacia la bonita gruta de la Virgen de Lourdes que veremos al pasar y llegaremos después de 13 kilómetros por la sierra del Endrinal, de pintorescas perspectivas a la carretera general de Jerez a Ronda en su kilómetro 99.

Nos atrae Ronda, la cuna del toreo, la patria de Espinel, el Tajo, la Casa del Rey Moro, museo de mil preciosidades coleccionadas por sutil inteligencia femenina… Son tentadoras estas atracciones de la hermosa ciudad de Ronda, pero necesitaríamos más tiempo del que disponemos para ver todo esto; merecerá una excursión exclusiva para Ronda y no perderemos el día. Así pues, ¡hacia occidente! Y a bajar la cuesta de la Viña de 9 kilómetros de pendiente y a saturar nuestra vista de bellos paisajes. Al fondo veremos siempre el picacho de Zahara, con su castillo árabe como su nombre que no sufrió cambio alguno ni en su ortografía; cada vez más cerca hasta pasar por su pie mismo, donde nos detendremos para ver el pequeño montoncito de casas apiñadas bajo el torreón del castillo. La subida al pueblo es áspera y ruda y no encontraremos nada que premie el esfuerzo del coche. No subamos pues, y adelante, para llegar a Algodonales escondido entre manzanos y melocotoneros con su airosa torre, su bonita plaza principal ante la iglesia de barroca portada y bajo el enorme peñón de la sierra de Líjar que amenaza aplastarlo, pero en cambio le regala con las puras linfas de su seno que filtran hasta llegar a la luz por la famosa fuente de los 14 caños de fresquísima agua. La iglesia posee curiosos retablos y esculturas barrocas.












Sigamos adelante, con la sierra de la Mota a nuestra derecha, hasta llegar a Villamartín, hermoso pueblo, con calle principal de primer orden y bonita plaza ante el monumental ayuntamiento. Villamartín es la famosa patria del famoso vino “Pajarete”. Veremos allí la parroquia de Nuestra Señora de las Virtudes con retablo mayor plateresco y un buen crucifijo en el altar de la Vera Cruz. Podremos aquí descansar un rato y tomar algún refrigerio en el acogedor casino de la Plaza o en alguno de los muchos cafés que por todo el pueblo hay, pero cuanto antes deberemos hacer rodar nuestro coche para llegar a Bornos, donde veremos además de su escogido emplazamiento entre huertos y jardines, el monumental Palacio Ducal de Medinaceli, construido sobre árabe castillo, con bello patio de armas, curiosos artesonados y capiteles y espléndido jardín. En la frontera parroquia de Santo Domingo, de tres naves, se venera alguna buena escultura en el barroco altar mayor. En la nave de la Epístola, admiraremos un cuadro bajo cristal, de la Virgen con el Niño, que aún de autor desconocido, es de gran mérito. Aún podremos visitar el hermoso Grupo Escolar modernísimo que en la parte alta del pueblo levantó el Ayuntamiento que presidió un prestigioso alcalde.  Existe en Bornos la ruina de un monasterio Jerónimo que, aún sin conservar resto artístico alguno, habla de la prosperidad que este pueblo alcanzaría a principios de la pasada centuria.

Toca a su fin nuestra excursión; sólo al pasar por su lado norte, veremos la luminaria de Arcos; algo fantástico nos parecerá y ya como el camino es conocido hasta Jerez, lo pasaremos comentando las impresiones del día. Habremos recorrido unos 200 kilómetros.

Lector: si has tenido paciencia para llegar hasta el fin de nuestro viaje, no creas que terminó tu actuación, pues te resta recibir el premio: para ello necesitas reclutar cuatro amigos, empuñar el volante con mano firme y decidida y realizar este viaje por el circuito de la Sierra, que debiera ser incluido entre el número de los aconsejados por el Patronato de Turismo. Por lo menos lo aconseja ya nuestro “Centro Local de Información, Propaganda y Turismo” que establecido por el incansable Ateneo Jerezano, se ocupa de facilitar cuantos informes se le soliciten acerca del turismo en la región jerezana.




                                                                                                                             RAFAEL FIOL

                                                                                                                             SEVILLA, 1932




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2 comentarios:

Jose Manuel A.V. dijo...

Esperanza, una duda, ¿de que pueblo habla mal el tal Fiol? Estoy preparando una entrada con este relato y las imagenes (actuales) que cita en el texto. Solo pasa de largo de Zahara por tener mucha cuesta. Bueno otra cosa, en esa época con ese coche y las carreteras que había, dificilmente podría haber hecho todo eso en una jornada.

Esperanza Cabello Izquierdo dijo...

Pues a mi me parece que habla con mucho desprecio cuando dice de Zahara: "la subida al pueblo es áspera y ruda y no encontraremos nada que premie el esfuerzo del coche. No subamos, pues." En aquella época, y para una vez que se habla de la sierra en una revista, decir que en Zahara no hay nada que merezca la pena ver estuvo muy feo. Zahara es para mí un pueblo extraordinario.
Besos, amigo